Cuento del duende Crispín el malhumorado, un cuento de duendes que habla sobre la pereza y como evitarla. Un cuento con valores para niños
Cuento del duende Crispín el malhumorado
La casa del árbol se quedó pequeña una primavera de hace… muchos… pero muchos años. En aquella casita vivía un duende, pero no era un duende cualquiera, aquel duende era un duende malhumorado.
Estaba de mal humor día sí y noche también. La bruja Melisea pensaba que era por culpa de los zapatos.
Al duende Crispín le habían crecido los dedos de los pies por ser vago, y los zapatos le apretaban… ¡muchísimo!
Aquellos dolores de pies le habían agriado el humor tantísimo que a Crispín ya no le llamaban Crispín, si no el Malhumorado.
Los duendes no pueden padecer vaguitis, esta es una de las cosas por las cuales es tan difícil verlos, por eso corren continuamente de acá para allí y de allí para acá.
Los duendes pueden padecer constipados, nostalgia… incluso pueden tener paperas, pero nunca vaguitis, pues saben muy bien que les sucede si la tienen.
Pero Crispín la padecía desde que era pequeño, no pequeño de estatura que todos sabemos que suelen medir como mucho dos palmos de altura, si no desde que tenía unos cien o ciento cincuenta años duendiles, lo que viene a ser unos nueve años para los humanos.
Comenzó aquel día que tenía que recoger su cuarto y le entró pereza, antes que la vaguitis viene la pereza.
La pereza es algo que nos puede picar a todos, y tenemos que ser muy fuertes para que no se nos meta muy… muy dentro, pero Crispín no fue lo fuerte que tenía que ser, y no se la pudo quitar de encima. Así que no recogió su cuarto por pereza, tampoco por pereza se peinó aquel día, ni se lavó los dientes, ni colocó su ropa en el armario. Al día siguiente también le dio pereza y le costó ir al colegio, y hacer los deberes, y poner la mesa.
La pereza fue creciendo y creciendo dentro de él hasta que terminó por volverse vaguitis aguda.
Los primeros síntomas que siente un duende cuando le entra vaguitis es cansancio, mientras menos hacen más cansados están, también les cambia el tono de su piel, a veces pueden levantarse a lunares o a rayas.
Pero si no se hace algo para curarles la vaguitis les sale por los pies, les crecen y les crecen los dedos de los pies tanto, que incluso en los casos más graves pueden llegar a tener un tamaño descomunal.
Los padres de Crispín nada más supieron que había cogido vaguitis llamaron a la bruja Melisea.
Cuando la bruja Melisea llegó a su casa, él ya tenía los dedos encogidos dentro de los zapatos, y por tanto un dolor de pies insoportable.
-¡ay… ay…! Como me duelen los dedos de los pies… ¡ay!
Se quejaba y quejaba Crispín sentado en la cama de su cuarto
– ¡ay… ay! Me duelen tanto que no puedo ni quitarme los zapatos
Melisea sabía muy bien que era aquello que se tenía que hacer, y no podía tardar en hacerlo.
-¡Necesito unas tijeras…! Traerme unas tijeras cuanto antes
La madre de Crispín corrió al costurero y cogió las tijeras de coser y se las dio, entonces Melisea comenzó a operar mientras explicaba como lo haría.
– Voy a recortar la punta de tus zapatos, para que tus dedos tengan espacio, pero tienes que poner de tu parte, y luchar con todas tus fuerzas y no dejarte vencer por la vaguitis.
– Es que estoy cansado
– ¡Lo sé! Pero tienes que sobreponerte y hacer todas las cosas que tienes pendientes, o si no lo de cortar tus zapatos no será suficiente, y te crecerán y crecerán los dedos tanto que el día menos pensado no podrás moverte
Así se quedó Crispín con los dedos fuera de los zapatos, sabía cuál era el tratamiento para vencer la vaguitis aguda y no se convirtiera en enfermedad crónica.
Pero como ya no le apretaban los zapatos no hizo mucho caso, se acostó porque estaba cansado.
A la mañana siguiente cuando despertó, unos dedos aún más grandes asomaban por la colcha de su cama, eran tan grandes que ya parecían los dedos de un Yeti.
-¡Mamá… mamá!, gritó asustado pensando que dentro de su cama estaba durmiendo un monstruo. Su madre vino corriendo al oírle gritar de esa manera tan asustado.
Cuando vio lo que pasaba se enfadó mucho con Crispín, puesto que no había hecho caso ni a sus padres ni a la bruja Melisea.
-¡Crispín! Esos dedos no encogerán si no haces todas las tareas que tienes pendientes, y como sigan creciendo terminarás por dormir en la rama de un árbol.
A Crispín le asustó mucho que aquellos dedos fueran los suyos, de un respingo tomó fuerzas y comenzó a realizar las tareas que tenía pendientes.
Supo entonces que aquello que la bruja Melisea le había contado era cierto, y que la vaguitis solo la podía combatir él.
Tuvo que realizar absolutamente todas las tareas que tenía pendiente, y según iba terminándolas sus dedos iban tomando su tamaño original.
De esta manera y poco a poco volvió a tener unos pies de duende.
Así que ya sabéis si os pica la pereza no olvides que podéis coger vaguitis, y que las consecuencias solo las podréis remediar vosotros mismos.
–FIN–
Cuento del duende Crispín el malhumorado

Licenciado en Ciencias Biológicas con más de 30 años de experiencia en educación como docente en el Centro de formación ACN y creador de Blogs educativos: educapeques.com, educayaprende.com, escuelaenlanube.com, docenciaparalaformacionenelempleo.es. Actualmente imparto cursos de formación profesional en la Academia de Valdepeñas
Es una gran facilidad para los docentes y alumnos tener cuentos variados y al alcance de todos. Gracias.