pepe domingo castaño
«¡Hola, hola!»
Igual que te sabías el estribillo de tu canción favorita, te aprendías de memoria todos los anuncios que él contaba con tanto ingenio y talento
Pepe también tenía la virtud de engancharte a la radio, aunque detestases el deporte. Escucharlo era lo mejor de cada fin de semana. Y del resto de la semana
Muere Pepe Domingo Castaño a los 80 años

Cuando yo era un niño, muy niño, me llamaba la atención aquel pequeño aparato, normalmente de color negro, con una antena de tono plateado y una rueda para mover con el dedo, con el que mi padre buscaba escuchar una cadena de radio en la ... intimidad del baño de su habitación. De ahí nace mi recuerdo más virgen con el mundo del periodismo deportivo, el de José María García.
Aquel niño de Granada, que radiaba partidos de fútbol mientras jugaba con unas canicas que hacían de jugadores y de pelota en el salón de mi casa, fue creciendo y tomando sus propias decisiones. La admiración y el cariño que García había generado en mí era imborrable, pero el descubrimiento del Carrusel de Paco, Pepe y Lama fue un impacto tan estruendoso que a mis 41 años aún me sigue poniendo los vellos de punta ese icónico «¡hola, hola!».
Era 1992, España había cruzado el puente de la modernidad con los Juegos de Barcelona y la Expo de Sevilla, y en la SER tres voces hipnotizantes, cálidas y maravillosamente cercanas se habían metido para siempre en la radio del coche, en el salón de casa y bajo la almohada de mi cama. Ahí siguen. Y seguirán. Siempre.
Pepe lograba que quisieras fumarte un purito Reig aunque te dieran arcadas el simple hecho de oler el humo del tabaco, que estuvieras deseando beberte una Coronita aunque fueras abstemio, que comieras pipas Facundo incluso si eras alérgico a los frutos secos, o que pusieras un jardín en tu casa, a pesar de que no tuvieras terraza o patio, para comprarte una motosierra Stihl.
Me crie en una familia de cinco miembros que vivimos de la publicidad, gracias a un negocio familiar, y era consciente de la importancia que tenía, pero también sabía que a la mayoría de la gente no le gustaba aquellos de los anuncios, que decíamos antiguamente. ¿Cuántos de ustedes no han cambiado de cadena y de dial cuando veían la tele o escuchaban la radio y aparecía la publicidad? Eso, con Pepe, no pasaba. Nunca. Igual que te sabías el estribillo de tu canción favorita, te aprendías de memoria todos los anuncios que él contaba con tanto ingenio y talento. Y ya se quedaban para siempre en tu memoria.
Pepe tenía tanto carisma que lograba que no bostezaras cuando tocaba ese partido pelmazo que aburría hasta a las vacas. Era tan sencillo como que cada diez minutos rompiera la narración con una de sus creaciones publicitarias. Las orejas se ponían tiesas como los militares en un desfile.
Pepe también tenía la virtud de engancharte a la radio aunque detestases el deporte. En verano, cuando estaba de vacaciones en Palma de Mallorca, conocí a una persona de Valencia que no era aficionada al fútbol ni a la información deportiva, pero era un fiel seguidor de Tiempo de Juego: «Me río mucho con ellos. Me entretiene y me lo paso muy bien eschuchándolos», me dijo. No era la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que me lo decían.
Durante 18 años en Carrusel, y 13 en Tiempo de Juego, Paco, Pepe y Lama han sido los referentes de algo mucho más valioso que el mejor programa de deportes de la radio española. Durante más de treinta años han encendido el interruptor de luz, aunque los días fueran muy oscuros. Se metieron en nuestras casas a través de un transistor y ahí siguen, ahora en formato app y con lustrosas canas, como la melena interminable de Pepe. Nos hicieron enamorarnos de la radio y del periodismo. Escucharlos era lo mejor de cada fin de semana. Y del resto de la semana.
En el verano de 2019, durante una celebración del equipo de deportes Cope en las fiestas de La Paloma, en el centro de Madrid, tuve la oportunidad de decirle cara a cara lo mucho que había significado en mi vida. Fue apenas un minuto de conversación. Me dijo que le había emocionando. Ese era Pepe. El más grande y, a la vez, el más humilde. Un disfrutón de la vida, un niño grande al que se la caía la bonhomía de los bolsillos y hacía mejores personas y profesionales a los que estaban cerca de él.
Pepe ha muerto de repente, sin avisar, en la madrugada del sábado al domingo, en mitad de una jornada de Liga. Nada es casualidad. En su brillante autobiografía, 'Hasta que se me acaben las palabras', escribe que el día que se fuera de este mundo llovería de manera torrencial. Hasta en eso también ha sido un sabio. Que San Pedro te reciba con el «¡hola, hola!» celestial que te mereces. Gracias por tanto. Hasta siempre, Pepe.
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