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La historia es bien conocida, tan literaria que casi ha alcanzado el estatus de leyenda, y sobre ella han corrido durante décadas todo tipo de rumores, especulaciones y habladurías. Sin embargo, los hechos son estos: el 12 de febrero de 1976, justo antes de la exhibición privada de la película Supervivientes de los Andes en el Palacio de Bellas Artes de México, Gabriel García Márquez se acercó a su amigo al grito de "¡Hermanito!" para darle un abrazo, y el recientemente fallecido Mario Vargas Llosale increpó mientras le soltaba un derechazo seco y contundente: "¡Cómo te atreves a abrazarme después de lo que le hiciste [o dijiste, aquí las fuentes difieren en un verbo fundamental] a Patricia en Barcelona!".
El novelista colombiano cayó al suelo con el rostro ensangrentado, sin emitir ni un quejido, ni una palabra en público. Entonces la escritora mexicana Elena Poniatowska fue a buscar un filete y se lo puso en el rostro al colombiano, tratamiento que durante la noche le siguió aplicando Mercedes Barcha a su marido en su casa del barrio de Pedregal. Y el remedio fue un paliativo tan eficaz, que a los dos días García Márquez apareció sonriente en el estudio de su amigo Rodrigo Moya para que le tomara unas fotos que dieran testimonio de la agresión.
"Nunca más tuve contacto con él tras el distanciamiento. Jamás volví a estar con él", dijo Gabo años después, añadiendo: "Eso fue un problema de Mario y de los chismes que le contó Patricia, que le llenó de cuentos la cabeza". Y apenas nada más antes de fallecer el 17 de abril de 2014 llevándose el secreto a la tumba. Por su parte, Vargas Llosa prometió contar los motivos algún día, pero nunca parecía un buen momento para remover esas aguas. En 2017, durante un homenaje al colombiano por el medio siglo de Cien años de soledad, el peruano insistió en que nunca habían tenido contacto tras el suceso, y que hablar de ello era "entrar en un terreno peligroso".
Pero no empecemos por este imprevisible final de novela al hablar de la amistad de los dos grandes novelistas, pues nada podía presagiar semejante desenlace cuando se conocieron cara a cara casi una década antes. Para entonces, hacía tiempo que venían cultivando una intensa amistad epistolar [recogida en el volumen Las cartas del Boom, publicado por Alfaguara en 2023] entre México, París y Londres. Se habían leído y sin duda se admiraban. La historia de esta mitológica amistad comenzó a raíz de la admiración de Vargas Llosa, casi diez años más joven, por su homólogo colombiano. El peruano se inició en la obra de García Márquez con la lectura de El coronel no tiene quien le escriba cuando trabaja en un programa de libros de la radiotelevisión francesa y quedó impactado por la obra. "Me gustó mucho por su realismo tan estricto, con esa descripción tan precisa de ese viejo coronel inasequible al desaliento, reclamando una jubilación que nunca llegará", afirmó.
Una gran admiración literaria
Este descubrimiento provocó entre los futuros premios Nobel una conexión instantánea, tanto que llegaron a plantearse la idea de escribir una novela a cuatro manos sobre la guerra peruano-colombiana de 1932, aunque finalmente el proyecto no fructificó. En 1967 se verían por primera vez en Venezuela cuando le concedieron el Premio Rómulo Gallegos al peruano por La casa verde, en un momento en el que García Márquez acababa de publicar su obra magna, Cien años de soledad. Sin embargo, la amistad verdadera no llegaría hasta unos meses después, cuando el escritor colombiano se trasladó a Barcelona con su mujer. Casi siguiendo su estela, Mario y Patricia se instalaron en el barrio de Sarriá, fortaleciendo aún más su relación. "Cuando entré en su universo", dijo el Premio Nobel de Literatura 2010 en relación esta novela, "quedé cegado. Leerla fue una experiencia deslumbrante. Me pareció una obra magnífica, la novela de caballería que por fin tenía América Latina".
Otro elemento que les unió, a juicio del peruano, fue su compartida devoción por William Faulkner y el hecho de descubrir ambos su ser latinoamericano al llegar a Europa, "algo imposible desde Bogotá o Lima. Cuando Europa descubrió la literatura latinoamericana fue una sensación enriquecedora, que nos acercó mucho a los escritores y eso fue una razón por la que nuestra amistad fue tan estrecha y tan cálida", ha señalado. Pero más allá de esto, la admiración entre ambos se multiplicó en el campo literario, hasta tal punto que Vargas Llosa empleó casi dos años a examinar la obra de García Márquez para publicar, en 1971, Historia de un deicidio, uno de los estudios más completos sobre el autor colombiano.
"Gabriel lo leyó en un viaje que realizó a Londres y me dijo que tenía el libro lleno de anotaciones y que me lo daría en un momento dado. La verdad es que ese instante nunca llegó y nunca vi esas anotaciones", dijo, al mismo tiempo que calificó de placentero todo el proceso de meterse en el personaje. La tesis, de la cual sólo se publicó la primera edición, compuesta por 20.000 ejemplares, pues Vargas Llosa prohibió su reedición durante 50 años tras la pelea, abarca desde los primeros cuentos hasta Cien años de soledad, analizando los demonios culturales de García Márquez que dieron origen a personajes como el Coronel Aureliano Buendía y el universo de Macondo. Entre ellos, Faulkner, Rabelais, Borges o Camus.
Comunismo y liberalismo
Pero entre tanta admiración y compadreo pronto surgieron los celos. Al principio de su amistad Vargas Llosa era el exitoso, el que acumulaba las admiraciones, pero tras la publicación de Cien años de soledad cambia la dirección del viento y es García Márquez el que ocupa el podio. Llega el reconocimiento torrencial, el dinero, el triunfo. Y afloran las tensiones, que no son sólo literarias, sino también políticas. Los primeros desencuentros entre ambos escritores se producen a raíz del posicionamiento de uno y otro ante la situación en Cuba. "Yo era muy entusiasta de la revolución; García Márquez, muy poco. Siempre fue discreto al respecto, pero él ya había sido purgado por el Partido Comunista cuando trabajaba en Prensa Latina junto a su amigo Plinio Apuleyo".
Cuando en 1971 salió a la luz el 'caso Padilla', por el que el poeta fue acusado de ser agente de la CIA, los escritores del boom se dividieron políticamente y García Márquez se alió con el lado cubano. "Yo creo que tenía un sentido práctico de la vida y sabía que era mejor estar con Cuba que contra Cuba. Así se libró del baño de mugre que cayó sobre los que fuimos críticos con la evolución de la revolución hacia el comunismo desde sus primeras posiciones, que eran más socialistas y liberales. Es la izquierda la que tiene el control de la vida cultural en todas las partes del mundo, y él supo verlo y alinearse con eso".
A este respecto, el peruano Jaime Bayly cuenta en su novela Los genios (Galaxia Gutenberg, 2023), que también existía una creciente tirantez personal fruto de dos caracteres prácticamente opuestos. "García Márquez era un escritor cínico. El cinismo le permitía ser humorista, burlarse de sí mismo, decir que sólo era un contador de anécdotas, cantaba vallenatos, bailaba, fumaba marihuana, amaba a sus amigos, bebía a gusto... Vargas Llosa, en cambio, es un intelectual persuasivo y partidario de la leche fría. Quiere llevar siempre la razón, te escuelea, quiere convencerte de que él posee la verdad. Esto generaba una tensión creciente entre ambos", relataba a Antonio Lucas en este periódico. "Vargas Llosa quería sumar a García Márquez a su cofradía: de comunistas a liberales. Estaba convencido de que había que odiar a Fidel Castro. Pero García Márquez no aceptó eso y le molestaba que Mario fuese tan racional. Gabo era un caribeño y al final siempre salía el Caribe que lleva dentro".
Sin embargo, el origen de la violenta ruptura no fue, según parece, ni una irreconciliable disputa ideológica ni una lucha descarnada por ocupar el trono de la industria literaria en una época en la que ambos disfrutaban de la aclamación de la crítica y en la que cada una de sus obras suponía un éxito de ventas. El antológico puñetazo que dejó a García Márquez inconsciente, sangrando y con el ojo izquierdo amoratado llegaría, ni más ni menos, de un lío de faldas y celos, una presunta infidelidad que nadie sabe aún, y quizá nunca sabrá, si lo fue. Hay tejida toda una maraña de conjeturas sobre el origen del desencuentro, pero cualquier versión que se dé carece de veracidad definitiva. El mismo Vargas Llosa comentó repetidamente que la verdad nunca se sabría del todo porque ni él ni García Márquez iban a hablar de eso.
"Ya no eres mi único hombre"
Adentrémonos, pues, en el terreno de arenas movedizas de la que parece la versión más fiel de lo que realmente sucedió meses antes del golpe de 1976. Una de las muchas leyendas dice que, tras dejar Barcelona y regresar a Perú a mediados de 1974, Vargas Llosa, cuya pasión flaubertiana por acumular amantes era ya entonces bien conocida, se enamoró locamente de una mujer que iba en el barco en el que él viajaba con su mujer, Patricia Llosa, y sus hijos. Poco después, el peruano dejó a su familia y se fue a Estocolmo a vivir con una azafata sueca el amor más desaforado de su vida, tanto que se olvidó hasta de la literatura.
Patricia regresó con sus hijos a Barcelona y Gabo y Mercedes se convirtieron en su paño de lágrimas. Se cuenta que Patricia le pidió consejo al colombiano sobre si creía que debía separase de su marido, después de lo que le había hecho. Según cuenta el periodista y crítico Dasso Saldívar, biógrafo de García Márquez, "éste le dijo que si creía que debía hacerlo, pues que se lo planteara claramente a su esposo cuando volviera, pero que no se precipitara". Con Patricia dispuesta a volver a Lima, la noche antes de partir la sempiterna Carmen Balcells le organizó una cena a la que invitó también a Jorge Edwards y a Gabo. Al día siguiente Patricia tenía que tomar el avión para Madrid, de vuelta a Lima, y como Carmen no podía acercarla, García Márquez se ofreció a llevarla en su coche.
En el trayecto, el escritor se confundió de carretera y Patricia temió perder el avión. "Entonces Gabo, quizás como un chiste, quizás como una broma colombiana o quizás como un deseo inmediato, le comentó algo así como que si perdía el avión no pasaba nada y ya se montarían ellos una fiesta. Nadie sabe las palabras exactas, ni el tono, pero no fue muy diferente", ha insinuado más de una vez el hispanista Gerald Martín, gran biógrafo del colombiano. Una vez más, conjeturas. Lo cierto es que entonces, como tantos años después, Vargas Llosa y su mujer se reconciliaron después de una pelea monumental, y Patricia le echó en cara a su marido que ella tampoco había perdido el tiempo, pues había estado "con tu gran amigo Gabo". Fuentes más maledicentes incluso afirman que fue más allá: "Ya no eres mi único hombre. Gabo es un amante exquisito".
Como decimos, con el fallecimiento del segundo implicado, quizá nunca sepamos ya la verdad con pelos y señales. Pero realidad o no, lo que parece es que Vargas Llosa tomó las palabras de su mujer al pie de la letra y la siguiente vez que vio al colombiano le asestó en la cara el boom más famoso de la historia de la literatura latinoamericana, rompiendo una década de una amistad que podría haber sido más fructífera, pero legándonos uno de los grandes chismes de la industria literaria de los últimos 50 años.