Activistas en un mundo trumpista

En el mundo trumpista que se nos impone, dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos, son muchas las personas que sabemos purgadas, perseguidas, canceladas, deportadas, detenidas, vigiladas, depuradas, encarceladas por tener conciencia social, sentido de la ética y afán de justicia. Sabemos de profesores presuntamente izquierdistas (sea la izquierda lo que sea en el siglo XXI). Sabemos de trabajadores migrantes. Sabemos de estudiantes críticos con Israel y su genocidio en Gaza. Sabemos de ciudadanía comprometida contra el recorte de libertades. Sabemos que personas que se dedican a la enseñanza ven coartada su libertad de pensamiento y de cátedra; personas que se dedican a la ciencia ven bloqueadas sus posibilidades y recursos para continuar con sus investigaciones; personas que se dedican al arte y la cultura son censuradas; personas que trabajan para el Estado son despedidas; personas que colaboran que ONGs son deslegitimadas.
“Por fin te atrapamos”, le dijeron los agentes federales a Jeannette Vizguerra, defensora de los derechos de las personas migrantes, al detenerla hace unos días en Colorado. Calificándola de pilar de su comunidad, los políticos demócratas de Denver han denunciado su detención como persecución de disidentes y opositores a Trump. Mahmoud Khalil, que tiene residencia legal permanente en los Estados Unidos, es graduado por la Universidad de Columbia, está casado con una estadounidense y espera a su primer bebé, fue arrestado por agentes de inmigración por participar en protestas propalestinas y lleva encerrado en un centro de detención desde el pasado 8 de marzo. Khalil denuncia ser un preso político y Trump responde que no es “más que uno de los muchos por venir”. Una jueza autoriza su deportación. La ciudadana turca Rumeysa Ozturk, estudiante de doctorado en la Universidad Tufts, fue secuestrada por agentes enmascarados porque hace un año coescribió un artículo en el periódico universitario en el que criticaba la postura de Tufts frente a la petición estudiantil de que la universidad no siguiera invirtiendo en empresas vinculadas a Israel.
En Londres, la policía ha detenido a seis activistas de Greenpeace que tiñeron de rojo biodegradable, y que no representa ningún riesgo para las personas, la vida silvestre o el medio ambiente, el estanque de la embajada de Estados Unidos en la capital británica en protesta por la venta de armas a Israel. En Estados Unidos está en juego la continuidad de Greenpeace, cercada por una multa histórica impuesta a la organización a favor de Energy Tranfer, una multa que asciende a más de 660 millones de dólares y que sienta demoledores precedentes contra la protesta pacífica. En Luxemburgo, las derechas y ultraderechas que se agazapan bajo el paraguas del Partido Popular Europeo acusan de ser lobbies a los movimientos sociales y a las organizaciones sin ánimo de lucro, especialmente a las que trabajan y luchan en el ámbito climático.
En España, la cadena de supermercados Lidl ha anunciado demandas judiciales contra la organización animalista OBA (Observatorio de Bienestar Animal), por sus investigaciones sobre el incumplimiento de la normativa de bienestar animal y la calidad de los alimentos comercializados por el gigante de las grandes superficies. Desde OBA denuncian un slapp disuasorio de la compañía, que formaría parte de una estrategia contra la participación pública, en este caso en defensa de los otros animales, iniciada en Italia en diciembre de 2024 contra la organización animalista Essere Animali. En este mundo trumpista, donde la crisis climática es extrema y los movimientos de liberación animal podrían ser faros de esperanza, en lugar de ser escuchados, estos movimientos enfrentan una represión que deslegitima a sus activistas y trata de silenciar sus demandas.
La represión a todos estos movimientos es el reflejo de un sistema muy violento que está priorizando por la fuerza al capital sobre la vida y la justicia, un sistema que opta definitivamente por la criminalización de las personas migrantes, de las personas solidarias, de las personas demócratas, de las personas empáticas, de las personas que defienden un futuro sostenible en todos los sentidos.
El trumpismo, la ultraderecha dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos, con su retórica brutal y su exhibición de los modos y emociones más primarios, fomenta la frustración colectiva de las guerras, la incertidumbre económica de los aranceles o las falsas amenazas identitarias como caldo de cultivo perfecto para prometer soluciones rápidas a problemas complejos. La solución más rápida es recurrir a la violencia. Detener es violencia, deportar es violencia, hacer desaparecer es violencia, cortar los suministros financieros y los recursos humanos es violencia, censurar es violencia, ir contra el conocimiento es violencia, multar injustamente es violencia, ir contra el activismo es violencia, el slapp es violencia. La ultraderecha no solo se erige como adversaria de la izquierda: es enemiga real de la diversidad, de la empatía y de la razón. En el mundo trumpista, el otro es un intruso, un competidor por los mismos recursos que sus empresas ayudan a destruir, la compasión es de débiles, de idiotas, la política es un juego de poder donde todo se reduce a cifras y estadísticas, y el sufrimiento ajeno se ignora. El mundo trumpista no solo intenta deslegitimar las demandas de sus adversarios: intenta borrar su existencia.
¿Qué hacer contra el discurso de odio del mundo trumpista, contra su desprecio por la verdad, qué hacer ante este panorama desolador? No es fácil, pero sí imperativo reconocer que la lucha contra la ultraderecha es una cuestión de supervivencia, que urge la resistencia colectiva, que la empatía debe ser nuestro arma y la solidaridad, nuestro refugio. Si la ultraderecha intenta hacernos creer que la única salida es el miedo, es fundamental recordar que la esperanza también tiene un eco que puede resonar con fuerza si nos unimos en la defensa de nuestros valores fundamentales: la dignidad, la justicia y la paz. Hoy la lucha ya no es solo por un futuro mejor, sino por un presente donde cuente la vida. Para ello debemos arriesgarnos a ser más activistas que nunca. Activistas en un mundo trumpista.
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