CULTURA
Asesino en serie

Dying For Sex: la serie milagro que explora las fantasías de quien se muere (literalmente) por sexo

Con un tono más cómico que trágico, la serie disponible en Disney+ narra la última etapa eufóricade una enferma terminal de cáncer

Dying For Sex
Michelle Williams protagoniza la serie Dying for Sex.DISNEY+
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Incluso siendo la adaptación televisiva de un pódcast de mucho éxito, que Dying For Sex exista me parece una proeza, una rareza, un milagro. Es evidente que de no estar basada en un audiocontenido muy popular, la serie no se habría hecho. Incluso así me parece digno de celebración que sí se haya producido (está en Disney+). Conozco a unos cuantos ejecutivos televisivos que, ante semejante propuesta, sólo sabrían dar evasivas o la callada por respuesta. Los más valientes dirían, sencillamente, que no.

¿Cuántas series tan especiales como Dying For Sex nos estaremos perdiendo por culpa del conservadurismo (económico y del otro) de las plataformas?

Para saber más

En Dying For Sex («muriendo por sexo», literalmente), el pódcast, Nikki Boyer contaba la vida de su amiga Molly, una enferma terminal de cáncer que emprende un viaje de autodescubrimiento carnal. Molly quiere conocerse (sexualmente y de la otra manera) aunque sea lo último que haga en este mundo. Spoiler: será lo último que haga en este mundo. Porque el cáncer de Molly es real. También su frustración por no haber vivido, o no haberlo hecho al 100%. Que ese anhelo se traduzca en necesidad de exploración sexual expresa muy bien lo que es el sexo en la vida del ser humano: básico y sofisticado, oscuro y luminoso, el mejor sinónimo de vivir y lo más cerca que estamos de la muerte. La petite mort. Y la grande vie.

En Dying For Sex, la serie, Molly (Michelle Williams), recibe una terrible noticia: el cáncer del que se creía curada ha vuelto. Y ha vuelto fuerte. Ella no lo es, pero tendrá que serlo si quiere que su último trayecto vital sea satisfactorio: abandona a su marido Steve (Jay Duplass, en otro personaje despreciable) y, siempre apoyada por su amiga Nikki (Jenny Slate), se dispone a cumplir unas fantasías sexuales que ni siquiera conoce. Spoiler: sí las conoce, sí las tiene, sí las tenemos.

Como le dice Amy (una inesperada y desde ya, icónica Paula Pell), es frecuente que poco antes de morir el ser humano experimente unos días de tremenda claridad mental y euforia. Pero hasta llegar ahí, el camino no es fácil. Morirse es morirse y Dying For Sex no te va a intentar convencer de lo contrario. Tampoco de que «no tener nada que perder» sea una realidad. Todos tenemos algo que perder. Molly no quiere perderse a sí misma. Pero antes tendrá que encontrarse. Y para eso necesita, entre otras cosas, espejos. Y no hay mejor espejo que un amante. O varios. ¿Verá Molly en ellos lo que espera ver o los cuerpos (¡y los cerebros!) ajenos le devolverán una imagen incómoda, violenta y deformada de sí misma? ¿Le dará tiempo a reflejarse en sus amantes lo suficiente como para decir «he vivido»?

Dying For Sex está más cerca de la comedia que del drama, y eso que su premisa no podría ser más trágica. Pero su guión, su dirección y sus impresionantes interpretaciones, de la primera a la última, consiguen un tono capaz de llegar -perdón por el tercer spoiler- a la euforia de la que habla Amy.

Según la RAE, la euforia es un «estado de ánimo extremadamente optimista, que se manifiesta como una alegría intensa, no adecuada a la realidad». Luego ya si eso te mueres, así que hay que intentar llegar ahí con los deberes hechos, las deudas pagadas y, a ser posible, acompañado.

De eso también va Dying For Sex: de saber estar al lado de quien te necesita. Aprendamos de Molly: ella supo. Y con ella, supieron. Supieron quererla, follarla, respetarla, decirle que sí y decirle que no. A veces todas esas cosas son, en esencia, la misma. Viva Dying For Sex.